MIS PEQUEÑAS HISTORIAS

 

 

 

Me gustan las pequeñas historias, las cotidianas, las de cada día. Todas ellas guardan sus entresijos, casi totalmente desapercibidos. Nuestra vida está hecha y forjada a base de eso: de pequeñas historias, de hechos imperceptibles para unos y otros, pero que dejaron su huella, su impronta, y modelaron tu personalidad y la forma de percibir el mundo que te rodea.

 

A veces, tras esas pequeñas historias se esconden personajes diversos y variados. Personas, animales, objetos, símbolos, situaciones y lugares constituyen un auténtico rompecabezas, un puzle difícil de recomponer, donde cada elemento desempeña su papel más o menos prominente y determinante.

 

Cuando alcanzas esa edad en la que el tiempo no es problema, aquella en la que las responsabilidades laborales y profesionales son desempeñadas ahora por otras personas, esa en la que la familia ha crecido, ha madurado y los hijos se han emancipado. Es la mal llamada tercera edad, como si de una liga de fútbol se tratara. Es la edad de la plenitud, de la sabiduría, del disfrute de las gratas compañías y de las conversaciones más o menos distendidas, pero siempre trascendentes. Edad de júbilo, de gozo, de merecido descanso. Es cuando revives en tu mente esas pequeñas historias casi olvidadas. Las hay tristes, divertidas, vergonzantes, alegres… De la misma forma, rescatas del olvido a seres queridos, a amigos, e incluso a enemigos o a gentes a las que nunca caíste del todo bien. Es el momento de recopilar, de ordenar, de recuperar del olvido y dar sentido a hechos que, aunque no van a cambiar nada, pueden justificar el por qué de tal actitud o de cuál comportamiento. Un saludable ejercicio para mantener la mente activa y en forma.

 

Al principio esas pequeñas historias acuden a tu mente de forma desordenada, incoherente, bulliciosa. Unos hechos se entrecruzan y mezclan con otros. Hay que poner orden, clarificar y sintetizar esos recuerdos. Poco a poco, esos hechos que han rotulado tu vida van tomando forma. Cobran vida en tu imaginación personajes que, aunque sea por unos minutos, rescatas del olvido.

 

Es mi deseo dejar constancia escrita de ellos, o, al menos, de una parte, de los más significativos. No van a seguir un orden sistemático, ni cronológico. Tiempo habrá de ordenarlos. No pretendo escribir unas memorias, sino constatar que mi vida ha tenido sentido, que he cometido tremendos errores, pero también pequeños aciertos. Dar fe de que he recibido mucho de ella, pero que, con mis limitaciones, ha hecho alguna pequeña aportación para que ésta sea más agradable y llevadera en mi entorno. He sembrado, aunque no sé con exactitud en qué tipo de terreno han caído mis semillas. Confío en que alguna habrá germinado en el terreno adecuado y dado sus frutos.

 

Próximo a finalizar mi vida laboral, tras más de treinta y ocho años de profesión, se me ocurre el primer título de la primera pequeña historia de mi vida: EL DÍA EN QUE DECIDÍ SER MAESTRO.

 

Elegir una profesión no es algo que se decida en un día concreto y a una hora determinada. Es, más bien, el resultado de un proceso que suele comenzar en la infancia y que, en muchos casos, no termina nunca. Cualquier profesional que se precie constantemente se está poniendo al día, reciclándose, aprendiendo nuevas técnicas o a utilizar los nuevos avances tecnológicos. Aprender es una tarea inmanente y permanente, algo inherente a las personas con inquietudes.

 

Desde pequeño, el oficio de maestro me atraía, quizá como resultado de la acción positiva que mis primeros maestros ejercieron sobre mí. Un sentimiento que, en lo más profundo de mi infantil ser, me impulsaba a querer ser como ellos. En mi fuero interno intentaba desechar esa idea como imposible, por irrealizable. No me sentía capaz y la situación económica de la familia ponía freno a esas ilusiones infantiles. Mis padres querían que estudiara “para aprender un oficio”, como solía decir mi madre. Mis pasos, indudablemente, iban dirigidos hacia la formación profesional. Hicieron un esfuerzo para que me pudiese presentar en el examen de ingreso en las Escuelas Profesionales, del Ave María. Superado este primer escollo, con matrícula de honor, comencé mis estudios en lo que entonces se llamaba preaprendizaje industrial. Eso ocurrió allá por el año mil novecientos sesenta y siete. Solicité una beca, que me fue concedida para el curso siguiente. La cuantía era de ocho mil pesetas. Me atraía la electricidad y hacia esa profesión quise encaminar mis pasos. En las escuelas profesionales, en diferentes cursos, nos encontramos estudiando varios niños del pueblo entre los que destaco por su proximidad a mi primo Pepe, el hijo de mi tía Felisa, a Antonio de la Fuente y a Antonio Vílchez, con los que mantuve una estrecha relación de amistad y compañerismo.

 

Terminé el primer curso con buenas notas. En el segundo las cosas continuaron con un rumbo parecido. Me aumentaron la cuantía de la beca hasta las doce mil pesetas. Me las prometía muy felices. A través de unos compañeros oí hablar por primera vez de las universidades laborales. La idea me atrajo. Pregunté por los trámites a seguir para solicitar una plaza en una de ellas. Presenté la solicitud e, incluso tuve que realizar un examen previo de selección, que se celebró en la Escuela de Comercio. Casi a final de verano en casa se recibió una carta en la que se comunicaba a mis padres que me había sido concedida una beca como alumno interno en la Universidad Laboral de Córdoba. Allí me incorporé el ocho de octubre de mil novecientos sesenta y nueve. Mi primera desilusión al llegar fue comprobar que allí no se impartían estudios de electricidad, sino de mecánica en las ramas de ajustador, tornero y fresador, fundición, modelismo, forja, chapistería y calderería y soldadura. Escogí soldadura y chapistería, quizá pensando en que iba a tener un gran porvenir quitando abolladuras a los coches. Tras vencer el tedio, el aburrimiento y el dolor de muñeca y brazo de los primeros trabajos en el taller estirando chapas a base de martillazos, le fui tomando afición. El tas y el martillo fueron las primeras herramientas que usamos, luego empezaríamos a realizar soldaduras oxiacetilénicas y eléctricas. Fueron tres años de intenso trabajo tanto en clase como en el taller, de excelente compañerismo y camaradería. Hoy, casi cincuenta años después, tengo la suerte de reencontrarme anualmente con aquellos viejos, queridos y añorados compañeros. Con algunos de ellos, no solamente compartí aula y estudios, sino muchas horas de taller, mesa y dormitorio. Eso deja huella, una impronta y unos recuerdos imborrables. Cursé la Oficialía Industrial en la rama de soldador chapista. El paso siguiente consistía en estudiar maestría industrial, con la posibilidad de poder realizar después la ingeniería técnica industrial. Todo eso en la propia Universidad Laboral, con la única obligación de aprobar los cursos y superar la nota media de seis para poder seguir optando a la beca.

 

Por aquellas fechas, próximos a finalizar la oficialía se produjo un cambio en el plan de estudios. Desapareció la maestría industrial y para poder cursar la ingeniería había que realizar obligatoriamente el COU. Para nosotros constituyó un dilema. Había que superar el quinto y el sexto de bachillerato para acceder al curso de orientación universitaria. De acuerdo con el Ministerio de Educación, instituyeron un curso puente, al que llamaron pre-COU, que nos permitiría, de alguna manera, solventar el problema. Allí ingresamos la mayoría de los que finalizamos la oficialía. Fue un año durísimo. Allí fui descubriendo cuáles eran mis puntos fuertes y mis puntos débiles con las diferentes asignaturas. Lo que sí tengo seguro es que allí se me quitó de la cabeza el estudiar ingeniería técnica. No me sentía capacitado, o quizá faltó la persona adecuada que me animase a ello. En el curso siguiente, ya en COU, elegí como optativas, las asignaturas de biología y química. Allí retomé la antigua idea de mi infancia de encauzar mis pasos hacia el magisterio. Aquellos sueños infantiles podían hacerse realidad ¿Por qué no? No perdía nada con intentarlo. Las perspectivas para estudiar la carrera eran óptimas, aunque perdiese la beca. Podría trabajar, como lo había hecho todos los veranos, y ayudarme en mis estudios, como efectivamente ocurrió.

 

Fuimos varios los compañeros que tomamos la misma decisión. Casi a final de curso hubo que reflejar sobre el papel lo que querías estudiar en el siguiente. Había que elegir carrera y se abría ante mí una puerta que siempre creí vetada. Opté, sin dudarlo, y con júbilo, por la de magisterio. Entonces se llamaba formación del profesorado de Educación General Básica. Elegí la especialidad de matemáticas y ciencias físico - naturales. Realicé mis estudios en la Escuela Normal de Magisterio Andrés Manjón de Granada. Mucha incertidumbre, cierto miedo y temor a lo desconocido, pero una gran ilusión y determinación. Quería ser maestro y ahí se encontraba mi gran oportunidad. Pagué la matrícula con el dinero que había ahorrado trabajando en la construcción durante el verano y comencé la gran aventura de mi vida.

 

Cada vez me gustaba más lo que estaba estudiando. El descubrimiento de nuevas facetas y horizontes aumentó mi determinación. Hubo que vencer graves tropiezos, pero, al final, lo conseguí. En los veranos dejé de trabajar en la construcción y comencé a dar clases particulares, lo que me permitió disponer de algunos ahorrillos para solventar los gastos.

 

Al día siguiente de terminar la carrera, me incorporé al servicio militar en el CIR 8 de Rabasa (Alicante). Allí continué teniendo relación con la enseñanza, pues por las tardes colaboraba en los cursos de alfabetización impartiendo clase a otros reclutas como yo. Una vez licenciado del ejército, necesitaba con urgencia algún tipo de trabajo. Pasé un año en la fábrica de tubos y bloques de cemento de mi cuñado Antonio en la Casería de Castril.

 

Decidí ponerme a preparar las oposiciones en serio, dejé el trabajo en la fábrica y me puse manos a la obra. Conseguí un temario y comencé la preparación. La preparación duró poco tiempo, apenas un mes. En octubre de mil novecientos ochenta una llamada telefónica cambió mi vida. Se me ofrecía el irme a trabajar, de inmediato, a un colegio de Barcelona como maestro. Sin dudarlo dije sí. Esto ocurrió un jueves. El lunes siguiente ya me encontraba impartiendo clases en el Colegio San Javier de Hospitalet de Llobregat. Allí me mantuve hasta febrero de mil novecientos ochenta y dos en que a través de otra llamada telefónica me ofrecieron la posibilidad de trabajar en Granada. Dicho y hecho. En pocos días buscamos un sustituto y yo me incorporé al Colegio Virgen de Gracia, donde continúo en la actualidad, aunque parcialmente jubilado.

 

En agosto de mil novecientos ochenta y uno, mi mujer y yo contrajimos matrimonio. Apenas llegamos a vivir casados seis meses en Barcelona.

 

Me guste o no, Hospitalet de Llobregat, constituyó mi verdadero banco de pruebas. En la calle de la Mina existía un pequeñísimo colegio privado. Este colegio tan solo disponía de dos aulas. Una para preescolar, primero, segundo y tercero de E.G.B. atendida por una maestra y dos auxiliares. En el otro aula yo me las entendía con los alumnos de cuarto, quinto, sexto, séptimo y octavo. Impartía todas las asignaturas excepto el catalán. Había matriculados varios alumnos por cada nivel, hasta hacer un total de treinta y ocho. Me las tenía que ingeniar para que no les faltase trabajo, atender sus dudas, y darles las oportunas explicaciones. Unas eran comunes para todos y otras más específicas para cada nivel. Procuraba que los alumnos mayores ayudasen a los más pequeños. Cada día corregía las tareas. En casa, las tardes las pasaba programando y preparando tareas para el día siguiente. Me recordaba mucho lo que yo había vivido como alumno en mis primeros años de escolarización aquí en el pueblo. He de reconocer que la experiencia acumulada en las clases particulares, donde impartía de todo, me fue de gran utilidad. Fueron meses de duro trabajo, pero profesionalmente constituyó una puesta a punto perfecta. Por fuerza hube de desarrollar una gran capacidad de trabajo, de adaptación, de flexibilidad, tolerancia y disciplina. Aquella experiencia, apenas duró dos cursos. Llegar al Colegio Virgen de Gracia de Granada y encontrarte con un curso “normal”, de un solo nivel, constituyó una nueva y agradable sorpresa para mí. Me encontraba más que preparado para afrontar el nuevo reto. Confieso, sin rubor, que me resultó sumamente fácil.

 

Terminé el curso ochenta y uno ochenta y dos en un grupo de segundo de E.G.B. Durante el verano me preparé concienzudamente y realicé un cursillo especialmente dirigido a profesores del ciclo inicial. El día catorce de septiembre, por razones que no viene al caso contar, me comunicaron que al día siguiente debería incorporarme al ciclo superior, a sexto y séptimo de E.G.B. para impartir matemáticas y ciencias de la naturaleza. Más adelante impartí clases también en octavo. Nuevo reto que afronté con serenidad, ilusión y entusiasmo. Me sentía competente y me sobraban ganas. La experiencia catalana me resultó de una utilidad increíble en mi preparación y formación.

 

En mil novecientos ochenta y seis me nombraron director de E.G.B. del Colegio Virgen de Gracia. Otro reto. Cesé, a petición propia, en mil novecientos noventa y dos. Pasé dos cursos en el ciclo medio y finalmente, recalé en el primer ciclo de la ESO. Fui el primer maestro que impartió clases en secundaria en el colegio. Mi titulación no me permitió impartir clase en el segundo ciclo. Con la entrada en vigor de la ESO, cambié las matemáticas por la Educación Física. Quise hacer un favor al colegio y a un compañero y me vi privado de la asignatura que más me gustaba.

 

En mil novecientos noventa y cuatro fui nombrado administrador del centro, cargo que ostento en la actualidad.

 

Ahora que me encuentro en el ocaso de mi vida laboral y profesional confieso con sano orgullo que he sido un enamorado de mi profesión. Le he dedicado al magisterio las mejores horas de mi vida, muchas de ellas “robadas” a mi familia. Siempre he tenido muy claro que a esta profesión no se viene a hacerse rico. Es un trabajo que favorece y facilita el crecimiento como persona. Has de asumir aquellos valores que quieres transmitir. El magisterio es eminentemente vocacional. Das y recibes, pero si no lo haces con amor y entrega desinteresada estás condenado al fracaso. Siempre he querido tratar a mis alumnos como a mi me gustaría que mis colegas tratasen a mis hijos.

 

Mi excesivo afán de que los alumnos aprendiesen quizá me haya llevado en algunas ocasiones a ser excesivamente riguroso y exigente, pero justo. A veces, compaginar seriedad, rigurosidad y exigencia, con el trato amable, afectuoso y cariñoso, ha constituido mi asignatura más difícil. He vivido convencido de que la justicia no está reñida con la magnanimidad. Hay que ayudar a quien lo necesita.

 

Durante muchos años, y por el hecho de ser el único maestro que impartían clases en la ESO, he vivido con la sensación de estar desubicado, de trabajar en un contexto diferente al mío. Siempre he defendido que en primero de ESO hay que ser más maestro que profesor. El salto de la Educación Primaria a la Secundaria es muy brusco y los alumnos s e encuentran como perdidos, en situaciones nuevas para ellos, con otras exigencias diferentes y con un incontable número de profesores, cada uno con su estilo, con su diferente forma de entender el currículo, la disciplina y el trabajo en equipo.

 

Es un curso donde la coordinación con el nivel anterior es fundamental y donde una mala planificación puede ser nefasta para los alumnos. Más que profesor, aunque este título de más prestigio social (¿?), siempre he querido ser maestro, con todo el significado que la palabra encierra. Magisterio procede de la palabra latina magisterium, que significa jefatura. El maestro es un jefe, un guía, un líder que acompaña y conduce a sus alumnos. Es un educador, un pedagogo, un animador…

 

Profesión dignísima y complicada en la que se exigen unas dotes fuera de lo común. No se trata sólo de saber, sino de saber enseñar, saber transmitir, saber dar, saber estar… Ser paciente, reflexivo, comprensivo… saber compartir, trabajar en equipo… Pensar, ¡siempre!, que sus alumnos son personas a las que hay que educar con el ejemplo.

 

Hasta aquí he resumido mi primera pequeña historia. Releo y pienso que debería llamarla mi primera gran historia. Es una de las que ha dado sentido a mi vida. La que ha hecho que me sienta realizado como persona. Cada día he aprendido algo nuevo y diferente de mis alumnos.

 

En la actualidad, en muchos aspectos, poseen una preparación superior a la que recibimos los niños de mi generación. Hemos crecido. Ahora somos abuelos o estamos a punto de serlo.

 

He sido maestro. Soy maestro y moriré siendo maestro, por vocación, por temperamento, por afición…

 

No me equivoqué al finalizar aquel lejano curso de mil novecientos setenta y tres- setenta y cuatro al anotar en la correspondiente casilla: Estudios a realizar: MAGISTERIO. (Quizá escribiese formación del profesorado de EGB, pero siempre me ha gustado más ésta).

 

Con orgullo contemplo como mi segundo hijo y mi hija han elegido también estudiar magisterio. Algo han debido ver… ¡Animo, habéis elegido una de las profesiones más nobles y gratas… y peor pagadas! La ingratitud existe y no faltará quien os denoste y denigre. Allá ellos… Ojalá muchos padres actuales dediquen a sus hijos el tiempo que les dedican sus maestros.

 

                                                                                                              Juan Evangelista Molero Hita

 

Poemas de juventud

 

SÚPLICA

 

Amor, que en mi pecho escondido

buscas paciente una llamada 

abierta a lo desconocido.

¿Dónde estás que no te encuentro? 

¿Acaso te has perdido? 

Escucha atento la súplica

de mi alma enaltecida,

templada a sangre y fuego

pero jamás vencida.

Oye el llanto acongojado

triste y atormentado

de los que sufren sin dicha

buscando en su alma oscura

la causa de su desdicha

y el porqué de su locura.

 

                                               1971

 

 

LLAMADA DE ESPERANZA

 

Mira esos niños que lloran. 

No tienen a quien llamar madre. 

No conocen hogar, sólo la ruina.

Piden pan

y solo encuentran miseria.

Hombres que regís los destinos

del universo entero.

Ablandad vuestros corazones, 

sufrid con los que sufren,

trocad en arados los cañones,

sembrad la paz.

Hay una juventud que espera

recoger su fruto.

 

                                               1971

 

 

 

MI CAMINAR

 

Luz que brillas en la aurora

de un amanecer cualquiera 

guía los pasos inseguros

de mi caminar tranquilo.

Camino sin dejar huellas

por senderos tortuosos

cubiertos de polvo y lodo

llenos de luz y vida.

Busco el final dichoso

de tantos perseguido.

Noche que hueles a muerte

luz que traes la vida

vosotros sois testigos

de mi caminar tranquilo.

Busqué el amor entre tus sendas 

y solo encontré miserias, busqué la paz… 

y sólo encontré guerras. 

Busco el final y no lo encuentro,

de mi caminar tranquilo.

 

                                               1973

 

 

A UN AMIGO

 

Dichoso tú

que la vida dejaste.

Despacio, sin decir adiós,

sólo un… ¡Hasta pronto!

Quise llorar y no pude, 

se me anudaba la garganta.

Allí estaba tu cuerpo inmóvil,

frío, inconsciente.

Te recordaba feliz

¿Acaso no lo fuiste?

Sufrías, callabas.

Veías la miseria,

la corrupción, la ruina.

Mas, no hicieron mella en ti. 

Fuiste valiente. 

Frío escalofrío recorrió mi cuerpo. 

Sentí la muerte cerca.

Se reía de nosotros,

de nuestros vicios, 

de nuestras maldades. 

A ti te cogió limpio 

como el alba en primavera. 

Temblé.

Por mí, por nosotros, 

por nuestros pecados.

Viste la muerte venir

y la cogiste con gracia.

Marchaste sin dejar huella 

y nos dejaste con un

¡Hasta pronto

                                    1973

 

 

 

 

TRISTEZA

 

Has invadido mi alma.

Has cautivado mi ser.

Tristeza.

¿Por qué llegaste?

Déjame vivir.

Tristeza

¡Quiero luchar!

¡¡No!! ¡No quiero morir!

Tristeza, déjame.

No ves que mi vida

ahora comienza.

Para qué sufrir.

Tristeza.

 

                                               1973

 

 

ANSIEDAD

 

Brusca ansiedad

que brota en mi pecho.

Llamarada sublime

que abrasa mi rostro.

Terrible ansiedad.

Eres culpable

de mis noches de ensueño.

Eres la causa

de mi desaliento vano.

Ansiedad, terrible ansiedad.

Azotas mi vida

con golpes de amargo desengaño,

¡de amargo desengaño!

Déjame, tengo miedo.

Déjame, soy cobarde.

Déjame, déjame. 

Soy como el rayo 

que ha perdido sus destino. 

Soy como la hoguera

flagelada por el viento 

Noto que el fin se acerca,

que mi vida no tiene sentido.

siento pasar los días,

palpo la marcha del tiempo

y la oscuridad es completa 

Ansiedad. 

Terrible ansiedad.

 

                                               3/4/1974

 

 

DESEOS

 

Son deseos los que el hombre siente, 

sólo deseos.

Deseos los que te impulsan a vivir,

sólo deseos.

Lo que siento son deseos que no se cumplen.

Lo que vivo son deseos 

sin esperanza. 

Anhelos que mi vida persigue.

Efímeros bulanos que lleva el viento. 

Mis días son tu esperanza 

que anhela un tiempo nuevo.

 

                                               1979

 

 

JUEGOS INFANTILES

 

A la una, a las dos… 

¡y a las tres!

Juegan los niños de mi calle. 

A la una, a las dos…

¡y a las tres!

Sueñan que mañana serán mayores.

Pepito quiere ser médico,

Paquito futbolista,

Antonio torero…

A la una, a las dos

¡y a las tres!

Mi barrio es alegre,

en él juegan los niños. 

Alegre mundo de ilusiones. 

Algarabía de extraños ruiseñores.

Concierto de vivos colores.

Arco iris de sueños inacabados.

Así es mi barrio.

 

                                               1979

 

 

ESCUCHA

 

Escucha el suave susurro del viento 

y deja posar en él tus ilusiones.

Lanza tu mirada al infinito 

y contempla la aurora con su luz naciente.

Confía a la noche tus penas 

y toma a la luna por mensajera. 

No añores el pasado.

No confíes en el mañana 

y vive el hoy con esperanza.

Desarraiga de ti los lúgubres pensamientos 

que entorpecen el amor verdadero.

No cierres los ojos ante esa llamada

que encierra el germen del lejano futuro.     

 

                                                                       1979

 

LA CUEVA DEL AGUA

En la época de mi niñez y adolescencia, en las esporádicas subidas que hacía a la Alfaguara, una visita casi obligada era para la Cueva del Agua. Era, y sigue siendo hoy día, uno de los lugares más visitados de toda la Sierra. Existe un atractivo especial, algo que te incita a volver. Su entorno es privilegiado. Ofrece unas magníficas panorámicas de Sierra Nevada. Las mejores fotos de paisajes que poseo las he sacado desde el pequeño mirador enclavado frente a la entrada de la cueva. Las vistas de los picos Mulhacén, Alcazaba y Veleta son impresionantes.

Situada en pleno Parque Natural de la Sierra de Huétor y a una altura de 1584 metros sobre el nivel del mar. La precipitación media anual de la zona es de unos 650 litros por metro cuadrado y la temperatura media oscila entre los 10 y los 12 grados centígrados. La naturaleza del terreno carbonatado propició la formación de ésta y de otras cavidades y simas del entorno, como la Cueva del Gato y la de los Mármoles. La disolución de los carbonatos por el agua de lluvia ha favorecido la formación de estas cavidades y la posterior creación de estalactitas y estalagmitas.

La Cueva del Agua consta de una sala de entrada, con unas ramificaciones o conductos que no superan los 40 metros de profundidad. En sus orígenes, a la izquierda de la entrada, se levantaba una columna de unos 8 metros de diámetro, originada por la unión de una gran estalactita con su correspondiente estalagmita. Otras pequeñas estalactitas y estalagmitas decoraban el techo y el suelo de la cueva.

En los últimos siglos, la acción humana, cómo no, ha resultado sumamente perjudicial para la cueva y su entorno. Al igual que otras, fue utilizada como aprisco o refugio para el ganado. Fue ya en el siglo XX, cuando sufrió su mayor atropello por parte humana. Un auténtico atentado desde el punto de vista geológico. Se utilizó como cantera para la extracción de falsa ágata, formada por calcita, productos arcillosos y óxidos de hierro. Presenta un aspecto bandeado, alternándose bandas claras con otras más oscuras. Se diferencia del mármol en que éste es calcita metamórfica y la caliza de la falsa ágata es de origen travertínico. Se utiliza, al igual que el mármol, como revestimiento decorativo. (El púlpito de la Iglesia Parroquial de la Asunción está recubierto por falsa ágata procedente de la Cueva del Agua, según me comentó hace poco un amigo digno de toda confianza.)

El caso es que la columna fue cortada y seccionada para extraer láminas de este material. Para conseguir ésto hubo que afrontar algunos problemas. El primero fue preparar el acceso a la cueva para facilitar la entrada de maquinaria de corte y para sacar el material. Para ello se construyó una especie de pasillo (trinchera), aún existente. Se cortaron sedimentos detríticos que servían de relleno a pequeñas oquedades de origen kárstico. El estudio de estos sedimentos por especialistas en la materia ha puesto de manifiesto la existencia de una gran variedad de fósiles de diversas especies de animales como gasterópodos, anfibios, reptiles, aves y mamíferos que vivieron en el Pleistoceno.

Se conoce con el nombre de Pleistoceno a la primera parte de la Época Cuaternaria (Cenozoico). Es conocida como la Era del Hielo, periodo de grandes glaciaciones. La Era Cuaternaria comenzó hace 2,59 millones de años y finalizó hace unos 10.000 años. El Pleistoceno abarca desde el final del Plioceno (hace 1,8 millones de años) hasta el principio del Holoceno (hace 11.500 años). El final coincidió con el fin del Paleolítico. El clima en esta época se caracterizó por una repetición de varios ciclos glaciares. Se estima que el 30% de la superficie terrestre quedó cubierta por el hielo. Esto propiciaba que el nivel de los océanos bajase. La especie humana evolucionó hasta la forma actual. A finales del Pleistoceno se produjo otra gran extinción de especies, donde se incluían los grandes mamíferos terrestres como el mamut, el mastodonte, el tigre de dientes de sable o los osos de las cavernas.

El segundo problema que hubo que solventar consistió en la adecuación del camino de acceso a la cueva que facilitase el transporte del material extraído. Se ensanchó el existente y se mejoró para facilitar el paso de vehículos. A la cueva se puede acceder desde Alfacar y la Alfaguara por un lado y desde Puerto Lobo y Víznar, por el otro.

El tercer problema por solventar fue el de la conducción de energía eléctrica. Ya existía una red que llegaba hasta el Sanatorio Antituberculoso. Muy próximo a la entrada de la cueva, se encuentra una construcción que, en su día, fue un transformador eléctrico. Disponer de electricidad suficiente era vital para la explotación.

Las expectativas no fueron las esperadas. La explotación no dio de sí lo que se esperaba y los trabajos en la cueva duraron poco, afortunadamente. El daño estaba hecho y la única columna existente quedó destruida. Aún pueden contemplarse las huellas dejadas por los citados trabajos. El vandalismo acabó arrancando del techo y del suelo las pocas estalactitas y estalagmitas que quedaban.

Como nota curiosa, cabe resaltar que, durante la Guerra Civil la cueva sirvió como refugio de tropas.

En la actualidad, el techo de la cueva sigue goteando debido a las filtraciones del agua de lluvia. Harían falta miles de millones de años para que recobrase el esplendor de antaño.

Con buen criterio, se ha instalado una verja metálica que impide el acceso indiscriminado. Demasiados expolios ha sufrido ya. Se puede visitar con autorización expresa de las autoridades provinciales de medio ambiente.

En la zona más profunda y alejada de la entrada existe un orificio, por el que apenas cabe una persona, que da acceso a otra sala (o salas). No me consta que estén exploradas. Allá por los años sesenta del pasado siglo, en mi niñez, escuché comentarios de una vecina acerca de una persona que se había adentrado y que no había vuelto a salir. Ignoro si es ficción o realidad. Ahora se les llama leyendas urbanas. Uno de esos temas de los que oyes hablar sin concreción alguna y con escaso fundamento. Bulos que pronto caen en el olvido. ¿O no?

En la actualidad la Cueva del Agua da cobijo a una colonia de murciélagos. En su interior se ha formado un pequeño ecosistema que hay que preservar y proteger.

                                                               Juan Evangelista Molero Hita

 

                                                                               28/3/2019

EN LA CRUZ DE LOS MAESTROS

Sabía de su existencia desde hace, por lo menos, cincuenta años. Antes era visible desde diferentes lugares de la Alfaguara, especialmente, desde el campamento. El crecimiento experimentado con el paso del tiempo por los pinos y chaparros de su alrededor impiden que sea visible en la actualidad.

Hace unos días, mi buen amigo Pepe López Séller me preguntó del por qué del nombre. La razón encierra una sencilla historia. Durante el franquismo, todos los que aspiraban a ser maestros debían de realizar, como paso previo para la obtención del título, unas jornada de actividades al aire libre para completar su formación. Dichas actividades de realizaban durante el mes de julio. En la provincia de Granada los varones podían realizarlas en el campamento de la Alfaguara o en un albergue situado en las cercanías del Pantano de los Bermejales. La duración era de veinte días. Las mujeres realizaban estas actividades en el Albergue de Víznar.

En aquella época el campamento dependía de la Organización Juvenil Española (OJE), subordinada a la Falange. Durante los meses de julio y agosto se sucedían diferentes turnos de acampada. Los mandos y jefes de campamento eran, en su mayoría, falangistas y entre sus prendas de vestir destacaba la camisa azul con el correspondiente emblema del yugo y las flechas. Las mujeres quedaban bajo los auspicios de la Sección Femenina del Movimiento.

Los contenidos que se impartían en el campamento eran variadas y diferentes a las que realizaban las mujeres en el Albergue. Desde charlas político-formativas basadas en los Principios del Movimiento Nacional, hasta manualidades, actividades al aire libre, deportes, marchas, concursos, canciones…

Los aspirantes a maestro, lo mismo que los componentes de la OJE, dormían en tiendas de campaña con un régimen y una disciplina casi militar. Tras un día frenético, la jornada terminaba con una oración. De vez en cuando, la jornada nocturna era un tanto lúdico-festiva en el llamado fuego de campamento. Risas, chistes, canciones, … Todo esto lo sé porque lo viví de cerca en el verano del 69, con 14 años. Pasé prácticamente todo el verano en la cantina que un tío mío montaba junto al campamento. En uno de esos turnos, en la década de los sesenta, se instaló la cruz. Ignoro el año exacto, pero doy fe de que en el 69 existía porque la veía a diario mientras permanecí allí.

Años después, cuando realizaba mis estudios de magisterio, no tuve que efectuar el citado campamento. Al llegar la hora de hacerlo, Franco ya había muerto y la situación política y social comenzaba a cambiar en España. Tendría que haberlo hecho en el año 76 o en el 77. Pertenezco a la primera o segunda generación de maestros que no lo realizó.

Desde aquella leja época se le conoce como cruz de los maestros. Nunca la había visitado. Fue el propio Séller quien me explicó cómo llegar hasta la ubicación de la misma. Me costó un poco dar con ella porque me despisté. Hay que acceder primero hasta las proximidades de la Cueva del Agua y caminar por el sendero que conduce hasta las cruces de Alfacar y Víznar. Dicho sendero tiene su origen unos cuarenta o cincuenta metros antes de llegar a la entrada de la cueva, al pie de la última cuesta, caminando desde la Alfaguara. Dos enormes mojones, a la derecha del camino, señalan el comienzo del sendero. Hay una pendiente suave hasta llegar hasta justo encima de la Cueva del Agua. Una vez arriba, se observa un gran montón de piedras de forma cónica, colocado a modo de hito o señal. A partir de ahí hay que desplazarse hacia la derecha siguiendo los montoncillos de piedras colocados expresamente en el suelo.

Una gran masa de encinas y pinos impide verla. Hay que adentrarse por una vereda pedregosa, sinuosa y escarpada hasta acceder al montículo donde está enclavada la cruz.

Confieso, sin rubor, que sentí algo especial al contemplarla. Casi cuarenta años ejerciendo la profesión de maestro y nunca se me había ocurrido visitarla. Lo hago, por fin a pocas semanas de mi jubilación definitiva. No pude evitar una expresión de gozo y satisfacción. Una oración brotó de mis labios, a modo de acción de gracias, por todo lo bueno que he recibido y por lo que esta profesión ha significado, y significa, en mi vida. La de veces que había pasado a escasos metros de ella …

Para que la cruz sea visible habría que realizar una limpieza profunda de ramajes o quizá la tala de algún pino o de alguna encina. Quizá lo mejor sea que siga como está.

El paseo que realicé mereció la pena. Tomé bastantes fotografía del entorno y, sobre todo, de Sierra Nevada. Estaba atardeciendo y las vistas y el colorido eran inmejorables. Es un circuito que no ofrece dificultad y animo a su realización. Existen diversas variantes, dependiendo del punto de salida. Pero se puede visitar la Alfaguara, la Cueva del Agua, Cruz de los Maestros, Cruz de Alfacar y Cruz de Víznar, la Alfaguarilla…

Me gustaría que quien visitase esta cruz, recordase, a su vez, a los maestros y maestras que tuvo en su infancia. Seguro que algún recuerdo aflorará en su memoria. Nos guste o no, es mucho lo que debemos a estos esforzados hombres y mujeres. Un pequeño gesto de gratitud por todo lo que recibimos en nuestra infancia y preadolescencia.

 

                                                               Juan Evangelista Molero Hita

                                                                               5/4/2019