EL BATALLÓN DE VOLUNTARIOS REALISTAS DE ALFACAR

Hace unas semanas, navegando por el Google Académico, buscaba alguna reseña histórica sobre el pueblo de Alfacar. Encontré algunas sobre el Batallón de Voluntarios realistas de Alfacar. Este hecho me intrigó, pues nunca había oído hablar del mismo, así que me dispuse a buscar información. No es mucho lo que he encontrado, pero sí lo suficiente para tener una idea suficientemente clara, aunque somera sobre el mismo. Hay que retroceder casi dos siglos en el tiempo y situarse en el contexto histórico en que vivía nuestro país. En plena Guerra de la Independencia, el diecinueve de marzo año 1812 fue aprobada y proclamada por las Cortes reunidas en Cádiz la primera constitución española, conocida popularmente como la Pepa. A su regreso de Francia, donde había permanecido prisionero de Napoleón Bonaparte, el rey Fernando VII, tras recuperar el trono en 1814 derogó la constitución de 1812. Declaró nulos y sin efectos todos los decretos emanados de dicha constitución. Persiguió a los liberales, muchos de los cuales tuvieron que exiliarse de España. Reinstauró el más puro y duro absolutismo. En enero de 1820, una fuerza expedicionaria destinada a sofocar los intentos de independencia de las colonias americanas, al mando del coronel Rafael Riego se sublevó en el pueblo de Cabezas de San Juan. El levantamiento fue seguido por otros en diferentes guarniciones y se extendió por toda España. Fernando VII se vio obligado a jurar la Constitución el 10 de marzo de 1820. “Marchemos francamente, y yo el primero por la senda constitucional”, afirmó. Así dio comienzo el llamado trienio liberal. En este breve periodo, entre otras medidas para erradicar el absolutismo, se suprimieron la Inquisición y los señoríos. Los constitucionalistas crearon una milicia nacional para salvaguardar el nuevo orden establecido. Sin embargo, el rey conspiraba en secreto con las potencias vencedoras de Napoleón, la Santa Alianza, para terminar con esta situación. Fruto de sus gestiones fue la entrada en España de un ejército francés, los llamados Cien Mil Hijos de San Luis, al mando del duque de Angulema que en octubre de 1823 restablecieron el orden anterior. Fueron anuladas todas las medidas llevadas a cabo durante el trienio liberal. Dio comienzo la década ominosa (1823-1833). Una de las peores épocas que ha conocido la historia de España: represión de los liberales, cierre de universidades y periódicos, prohibición de las sociedades secretas, como la masonería, levantamiento de absolutistas instigados por parte del clero y por el propio hermano del rey D. Carlo María Isidro, que se creía sucesor del rey. En este periodo se consumó la desaparición de prácticamente todo el imperio español. Salvo Cuba, Filipinas, Puerto Rico, las Islas Marianas y las Carolinas, el resto de posesiones americanas se independizaron como repúblicas liberales. El imperio en el que no se ponía el sol dejó de existir. En este contexto se creó el Cuerpo de Voluntarios Realistas en junio de 1823. Esta fue una milicia creada como réplica a la Milicia Nacional instaurada por los liberales. Se constituyó en el brazo militar del absolutismo ya que el rey desconfiaba del ejército. La formaban absolutistas intransigentes y, a toda costa, trataban de evitar el restablecimiento del gobierno constitucional. Estas milicias dependían de los ayuntamientos, pero estaban sometidas a la autoridad del Capitán General de cada provincia. Ya en 1821 hubo voluntarios que en los pueblos comenzaron a alzarse en defensa de los derechos de Fernando VII. Son, por llamarlos de alguna forma, los predecesores del futuro cuerpo. En 1825 se dotó al Cuerpo de Voluntarios Realistas de un reglamento interno. Donde se recogían los requisitos para el ingreso, las obligaciones y privilegios de que gozarían sus integrantes. Deberían ser vecinos y naturales de pueblos con una edad que oscilaba entre los 20 y los 50 años. Habían de poseer una buena conducta, honradez reconocida, amor al rey y adhesión a la causa absolutista, con el único objetivo de abolir el sistema constitucional. Las solicitudes de ingreso se realizaban en los ayuntamientos. El uniforme no era necesario y como distintivo portaban una escarapela. Las compañías se formaban en los ayuntamientos, que nombraban a los jefes, oficiales, sargentos y cabos. La instrucción militar la realizaban en días festivos. Los voluntarios tenían la obligación de presentarse donde les indicasen sus jefes. Los servicios los realizaban dentro de la población y consistían en el mantenimiento del orden y policía interior, patrullando día y noche, si las circunstancias así lo exigían, guardar las casas consistoriales, teatros y diversos edificios públicos. Ayudaban en los incendios y otros sucesos que pudiesen ocasionar desorden público. Entre sus privilegios constaban los méritos para obtener destinos, ventajas para entrar a formar parte del ejército y obtención de puestos de trabajo. Si en un pueblo no había voluntarios suficientes para formar una compañía, estos se integraban con la de otro u otros pueblos. En 1826 se les dota de un nuevo reglamento. Pasan a depender del Inspector General del Cuerpo de Voluntarios Realistas, quien, a su vez, depende directamente del rey. Se sustrae la autoridad que sobre ellos poseían los capitanes generales. En el año 1826 llegó a haber en toda España unos doscientos mil voluntarios, de los que aproximadamente la mitad estaban uniformados y armados. En total se contabilizaban 486 batallones de infantería, 20 compañías de artillería, zapadores y 56 escuadrones de caballería. Cada batallón se organizaba en 8 compañías que contaban entre 60 y 80 hombres cada una (6 de fusileros, 1 de granaderos y 1 de cazadores). Las fuerzas de un batallón oscilaban entre 480 y 640 hombres. La caballería se organizaba en aquellos lugares donde había voluntarios que poseyesen caballos o yeguas en propiedad. Cada escuadrón de caballería estaba formado por dos compañías con 50 o 60 hombres cada una. En toda España existían diferentes Subinspecciones. La de Granada y Jaén constaba de 5 brigadas. La primera brigada de la subinspección de Granada contaba con los batallones de Granada, Santafé, Alfacar, Padul, Alhendín, La Zubia y Montefrío. Contaba, además, con 12 compañías de zapadores y los escuadrones de caballería de Granada y de Alhendín. El Batallón de Voluntarios realistas de Alfacar se formó en torno al año 1824. Su segunda compañía creada en el pueblo de Jun estaba compuesta por un capitán, un teniente, un subteniente, un sargento primero, tres sargentos segundos, un tambor, seis cabos primeros, seis cabos segundos y cuarenta y seis voluntarios, que hacen un total de 63 hombres. Cada batallón constaba de una plana mayor formada por el primer comandante con el grado de teniente coronel, un segundo comandante, con ese grado, un teniente ayudante, un subteniente abanderado, un sargento, un cabo brigada, un cabo primero y seis gastadores, capellán, cirujano, armero y tambor mayor. El pueblo de Alfacar no disponía de medios materiales ni humanos para abastecer y sostener a todo un batallón. Sus diferentes compañías las formaban voluntarios de los pueblos vecinos. Reunir en esa época cerca del medio millar de hombres en pueblos donde la población total apenas alcanzaba o superaba dicha cifra no era tarea fácil. No todos los varones reunían los requisitos exigidos para formar parte del cuerpo. Todos eran voluntarios, pero de marcado signo ultraconservador. Aunque perseguidos, ocultos o exiliados también existían los liberales constitucionalistas. Un ejemplo de este clima de enfrentamiento y persecución por ideas políticas en esta época en Granada lo encontramos en Mariana Pineda, que acabó condenada y finalmente conducida al cadalso. No he encontrado hechos relevantes en los que participase el Batallón de Voluntarios Realistas de Alfacar. En 1830 su primer comandante era D. Antonio María Cortés, capitán retirado de infantería, teniente coronel de los Reales Ejércitos, regidor perpetuo de Villanueva de la Serena, socio de mérito de la Sociedad de Amigos del País en Granada, tesorero de rentas reales de la provincia en excedencia. Cada voluntario disponía de un documento de acreditación en el que constaban sus datos personales, domicilio, compañía y batallón al que pertenecía, así como la autorización para portar armas sin permiso de la policía, en asuntos particulares, según un decreto de S. M. el rey de 28 de marzo de 1827. En octubre de 1833, tras la muerte de Fernando VII, su esposa la Regente María Cristina firmó el decreto de disolución del Cuerpo de Voluntarios Realistas. Dio comienzo por estas fechas uno de los más graves enfrentamientos civiles entre españoles en el S XIX: la Primera Guerra Carlista. La mayor parte de los antiguos voluntarios se encuadraron en el ejército carlista. De nuevo enfrentados liberales constitucionalistas contra conservadores absolutistas. Un enfrentamiento que sería una constante durante casi todo el S XIX y parte del XX. Otras dos guerras civiles promovidas por los carlistas, golpes, asonadas y una revolución, la del 68 que culminó en una efímera Primera República, que apenas duró un año. Da la impresión de que el sino de los españoles, aparte de sus grandezas, ha sido el enfrentamiento armado. El último en 1936. Un patrón que se repite: un sector de españoles que quiere imponerse al otro. Las dos España, una frente a la otra. Pecaría de ingenuo y optimista si pensase que ambas están condenadas a entenderse. Hay un refrán que dice que muerto el perro se acabó la rabia. Nada más lejos de la realidad. Murió Fernando VII, se disolvió el cuerpo de voluntarios, pero los enfrentamientos entre españoles continuaron. Los voluntarios realistas fueron creados principalmente para sostener a un rey que ha pasado a la historia con el sobrenombre del Rey Felón y en una época que se conoce como Década Ominosa. Uno de los peores reyes que ha padecido la sufrida España. Constituyeron la contrapartida de las Milicias Nacionales, de carácter liberal. Ambas acabarían dirimiendo sus diferencias en los campos de batalla. Con el paso del tiempo los ideales se fueron atemperando y moderando. Tras la restauración borbónica, conservadores y liberales, vencido ya el carlismo, se fueron turnando en el poder hasta el golpe de estado del general Primo de Rivera. Dictadura y, tras la caída del mismo, segunda república. Otra vez media España en contra de la otra media. Enfrentamientos, extremismos, golpe de estado, guerra civil, franquismo, transición, democracia… y en eso estamos. Durante siglos, nuestros antepasados se han enfrentado entre sí. ¿Hasta cuándo? No escarmentamos, ni aprendemos las lecciones que nos brinda la historia. Unos que quieren dominar y otros que se resisten a ser dominados. Los tiros y las bombas han sido sustituidos por la dialéctica. Pero cuando esta es incendiaria y falla, cuando se intentan socavar los cimientos que sustentan nuestra democracia, cuando no es posible el entendimiento ¿Qué nos queda? ¿Retroceder en el tiempo? ¿Desfilar como milicianos de uno u otro signo? ¡Qué locura! Avancemos. Respetemos las normas y leyes que, como pueblo soberano, nos hemos impuesto. Que el peso de la justicia caiga sobre defraudadores, ladrones, corruptos y demás gentuza. Los españoles nos merecemos un futuro libre de espejismos y espantajos.Acabemos de una vez con el mito, o realidad, de las dos Españas. Afiancemos lo que haya que afianzar, cambiemos lo que sea cambiable, pero huyamos de revoluciones imposibles y nefastas. Sembremos concordia en un clima de respeto, libertad y sensatez. Sin imposiciones, sin cachiporras, sin milicias, …Juan Evangelista Molero Hita

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Comentarios: 1
  • #1

    Socorro Hita (viernes, 09 marzo 2018 20:30)

    ¡Extraordinario!