Sobre los altramuces

Estío. Se vislumbra una noche acalorada. La tarde se ha hecho interminable. El ligero sopor producido por los analgésicos tomados para mitigar el dolor lumbar me han adormecido. Busco una cómoda postura para mi dolorida espalda. El sueño acaba venciendo. La siesta ha sido larga y relajada. Me veo en compañía de seres de la más variopinta condición y procedencia. Conocidos y olvidados unos, y totalmente irreconocibles otros. Afluyen caras a las que no he vislumbrado durante años. Personas con las que jamás crucé una palabra y que hoy han cobrado vida en mi subconsciente. Me encuentro en un antiguo bar. No consigo identificar el lugar, pero sí al propietario. Pepe me saluda efusivamente. Respondo a sus afables muestras de aprecio y contemplo a un parroquiano, jugador empedernido, agotar sus últimas pesetas en una primitiva y destartalada máquina tragaperras. - No juegues, me dice. Esta máquina está trucada y nunca da el premio gordo. El desafortunado jugador marcha entristecido, ensimismado y cabizbajo. La máquina se ha quedado con la última de sus pesetas. Su misérrimo jornal, un día de trabajo en balde. Jugó con la esperanza de aumentar un tanto su endeble sueldo y lo perdió todo. Una tentación desenfrenada, una mano invisible me arrastra hasta la desafiante máquina. Parpadeo de luces de colores que se alternan insinuantes. Palpo nervioso mi bolsillo. Ruido de llaves. Mis dedos hurgan nerviosos hasta encontrar lo que busco: un duro. Desoigo los consejos de María, la dueña. Juego y… ¡Sorpresa! Un letrero luminoso, acompañado de un sonido estridente me avisa de que he alcanzado el premio máximo multiplicado por cuatro. Es mi día de suerte. Felicitaciones. Oigo el ruido que las monedas producen al caer sobre la bandeja. Son euros. Una ingente cantidad difícil de cuantificar. Intento recogerlos de forma ansiosa y desesperada. No consigo aferrar ninguno entre mis manos. Resbalan entre mis dedos. Frustración. Finalmente consigo coger un puñado. Abro mi mano y son… ¡altramuces! Una lacerante punzada en la espalda me despierta y me hace volver a la realidad. Lo hago con cierta decepción. He acariciado las monedas, han resbalado entre mis dedos. He tenido el premio a mi alcance y no he podido recogerlo. Solo he conseguido extraer unas tristes legumbres, unas semillas poco frecuentes y desconocidas para muchos. Reconozco mi ignorancia en temas oníricos y de interpretación de sueños. En mi juventud adquirí un libro en el Círculo de Lectores que trataba sobre estos temas. Alguien me lo pidió prestado y, como suele ocurrir con este tipo de préstamos, aún no lo he recuperado. A falta de otra cosa que hacer, medito sobre los altramuces. Hurgo en mis recuerdos. En la época de mi infancia constituían, junto con las aceitunas aliñadas, la tapa habitual en casi todas las tabernas del pueblo. Siempre me han gustado y en casa no suele faltar un tarro para usarlos, de vez en cuando, como socorrido aperitivo, junto al maní, las aceitunas, las pipas de girasol o la bolsa de patatas fritas. Los famosos chochitos han contribuido como aperitivo a salir del paso ante situaciones sociales o familiares en las que la despensa andaba algo raquítica. A falta de jamón, queso, embutidos o gambas buenos son los altramuces. El paladar siempre está dispuesto para catar lo bueno. Lo que no siempre está a punto es el bolsillo. Vuelvo de nuevo sobre el sueño. El que algo se te escape de entre las manos es harto frecuente. No siempre acertamos en nuestras decisiones. La vida nos presenta oportunidades que no sabemos ver o no aprovechamos de forma adecuada. ¿Algún deseo frustrado? ¿Alguna premonición? ¿Un aviso? ¿En qué radica la felicidad? Demasiadas preguntas para una tarde calurosa, así que vuelvo sobre el tema de los altramuces y recurro, como no, al Google. La de cosas que descubres en unas pocas páginas… Resulta que el altramuz, cuyo nombre científico es Lupinus albus, es conocido vulgarmente como chocho, chorcho, entremozo, lupín blanco, lupino blanco, almorta, frijol de lupino, … Es una legumbre, al igual que las alubias, los garbanzos, las lentejas, las habas y los guisantes. Igual de nutritiva. Rica en proteínas, fibra y carbohidratos. Contiene alcaloides y polifenoles. Muy beneficioso para la salud. Precisamente, la presencia de alcaloides le confiere un sabor amargo que hay que eliminar dejándolos en remojo en agua fría durante diez o doce horas y cociéndolos a fuego lento, añadiéndoles después agua fría y sal. Su ingesta ayuda a prevenir enfermedades como la diabetes o el cáncer de colon. Su consumo es recomendable para personas diabéticas ya que contribuyen a disminuir la carga glucémica de los alimentos ricos en carbohidratos. Favorece y acelera la metabolización de la glucosa. Sus grasas naturales reducen la presión arterial al eliminar el colesterol LDL de la sangre. El carácter oleaginoso de la semilla hace que aporte más cantidad de calorías que otras legumbres. Asimismo, contiene un 39 % de proteína vegetal, frente al 25% de sus parientes. Aporta grandes cantidades de vitamina B y E, calcio, zinc, potasio, fósforo y magnesio. Su consumo ayuda a reducir la acumulación de grasas y contribuye a una dieta equilibrada. No contiene gluten y sí un alto contenido en fibra. Lo más habitual es encontrarlos en los comercios ya preparados en salmuera, que es la forma de consumirlos como aperitivo. Si se adquieren crudos hay que cocerlos y se pueden elaborar sopas, potajes e incluso ensaladas, al igual que las demás legumbres. Se pueden moler y formar una harina con la que se fabrican panes, pastas o pasteles. Existe la llamada leche de altramuz, de origen vegetal, sin lactosa, y que mantiene todas las demás propiedades. Los altramuces no son más que las semillas de una planta llamada lupino, originaria de Egipto, que florece en verano. Posee un robusto y ramificado tallo. Los pétalos de sus flores pueden adquirir diversas coloraciones que oscilan desde el blanco al azul intenso, con predominio de tonos azulados y rosados. Resulta que a la que consideraba una humilde legumbre, posee unas propiedades equiparables a las de otras plantas de su familia y consumidas con mayor asiduidad en nuestra dieta. Como diabético e hipertenso tendré que replantearme el consumo de altramuces. Siempre me han gustado los chochitos. Ahora el aprecio y valoración de los mismos ha mejorado sensiblemente. A lo que puede conducir un simple sueño en una larga, veraniega y calurosa tarde. Paradojas.

Juan Evangelista Molero Hita 05-08-2017

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