Apacibles y dulces recuerdos
de una juventud lejana,
empañados por la ausencia
de queridos y entrañables seres que,
tras su inusitada y triste partida,
dejaron un hueco irrellenable
en el alma entristecida
de quienes compartimos con ellos
ilusión, vida, anhelos y esperanzas.
Años de silencio, de separación ingrata,
no hicieron olvidar aquellos felices tiempos.
Pronto emprendisteis el camino
que a la eternidad conduce.
Fuertes ante el dolor.
Admirables por vuestro arrojo.
A vuestra puerta llamó la muerte
y no os tembló el pulso,
porque el ansia de vivir
superaba las flaquezas,
el miedo y la pesadumbre
que a la enfermedad acompañan.
Vuestro recuerdo permanece
tan vivo como entonces.
El tiempo no puede acallar
sentimientos tan hondos.
Lecciones recibí de madura sensatez.
Inaudito ejemplo de quienes,
presintiendo su final y trágico destino,
no desistieron en su empeño
de darnos lo mejor de sí mismos
y dejarnos por herencia su modelo intachable,
de trabajo, esfuerzo y tolerancia.
Nunca perdisteis la esperanza,
ni cejasteis en la diaria lucha,
con una sonrisa en los labios.
Vuestro adiós fue silencioso,
demasiado temprano, si cabe.
Más que una despedida
fue un ¡hasta pronto!
Vuestro recuerdo no morirá conmigo.
Volveremos a caminar juntos
en la eternidad infinita.
Juan Evangelista Molero
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Manuel Peiteado (jueves, 20 julio 2017 19:06)
Entrañable amigo, Juan Evangelista:
Cuan bellas palabras has escrito para recordar a aquellos con los que tuviste la suerte de conocer.
Mi más absoluta admiración a tu sensibilidad poética y humana. Estas estrofas henchidas de dolor te hacen grande, y a ellos eternos en nuestra memoria.
Un abrazo.