A propósito de San Juan

 

El veinticuatro de junio la Iglesia Católica celebra la festividad del nacimiento de San Juan Bautista.

 

Es una de las celebraciones más vistosas y alegres. Es una fiesta donde la luz, el fuego y el agua juegan un papel importante. Es una fiesta solar que hunde sus raíces más profundas en antiguas celebraciones pre cristianas: el solsticio de verano. A la primitiva iglesia cristiana le costaba trabajo desarraigar antiguos ritos de origen pagano que perduraban pese al avance y la imposición del cristianismo. Para intentar solapar estos hechos tan arraigados y antiguos no le quedó otro recurso que hacer coincidir celebraciones de origen cristiano en fechas claves del calendario, para que pasasen desapercibidas entre los fieles las ancestrales celebraciones paganas. Así, por ejemplo, el nacimiento de Jesús se celebra en las fechas inmediatas al solsticio de invierno. El de verano con la figura de San Juan Bautista.

 

Juan es un nombre de origen hebreo que significa “Dios es misericordioso” (Yo-hasman), pero no es el único santo con este nombre que aparece en el santoral católico. La lista de santos con el nombre de Juan ronda el centenar. Los más conocidos son San Juan Evangelista, el discípulo amado de Jesús, autor del cuarto evangelio y del Apocalipsis, cuya festividad se celebra el 27 de diciembre, San Juan Bosco (31 de Enero), San Juan Crisóstomo (13 de Septiembre), San Juan de Ávila (10 de mayo), San Juan de Dios (8 de marzo), San Juan de la Cruz (14 de diciembre), San Juan Nepomuceno (5 de enero), San Juan Bautista de la Salle (7 de abril), San Juan Damasceno (4 de diciembre)... hasta llegar a los más recientes San Juan XXIII (11 de octubre) y San Juan Pablo II (22 de octubre). El martirio de San Juan Bautista se celebra el 29 de agosto.

 

La figura del Bautista es de primer orden dentro del cristianismo. Está considerado como el santo de mayor importancia, después de la Virgen María. Contemporáneo de Jesús, vino al mundo seis meses antes que El. Hijo de Isabel, prima de la Virgen y de Zacarías. Es el último de los grandes profetas, el precursor del Mesías. Pasó la mayor parte de su vida en el desierto, alimentándose de frutos silvestres, raíces y langostas. Vestía con la piel de un camello. Su voz clamaba en el desierto: “Preparad los caminos del Señor”. Bautizaba a sus fieles en el río Jordán, en señal de purificación y arrepentimiento: “Yo, la verdad, os bautizo con agua, pero el que ha de venir detrás de mí, es más poderoso que yo, y no soy digno de soltar la correa de sus sandalias. El es el que ha de bautizaros en el Espíritu Santo...” “Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis, El es el que ha venido detrás de mí...” “Convertíos porque el Reino de los Cielos está cerca.”

 

Jesús marchó desde Galilea hasta el Jordán para ser bautizado por Juan. Juan se negaba diciendo: “¡Yo debo ser bautizado por tí y Tú vienes a mí!” Jesús le respondió: “Déjame hacer esto ahora, así es como conviene que nosotros cumplamos toda justicia.” En el momento del bautizo de Jesús por parte de Juan el Espíritu de Dios se manifestó en forma de paloma y permaneció sobre El. Se oyó una voz del cielo que decía: “Este es mi hijo muy amado en quien me complazco.”

 

Cuando al día siguiente vio que Jesús se dirigía a su encuentro dijo Juan a los que se encontraban con él: “He aquí al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Este es de quien yo os dije: Detrás de mi vendrá un varón, que se ha puesto delante de mí porque existía antes que yo.”

 

Herodías, mujer de Filipo, hermano del rey Herodes, se divorció de su esposo para casarse con el propio Herodes. Juan se lo recriminó y, a instancias de Herodías fue encarcelado. Desde la cárcel, Juan envió a algunos de sus discípulos para que se entrevistasen con Jesús. Le preguntaron; “Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro?” Jesús les respondió: “Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan y los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el evangelio...” “... Pues de El es de quien está escrito: Mira que te envío un mensajero delante de tí para que te prepare el camino. Por lo tanto os digo: Entre los nacidos de mujer, nadie ha sido mayor que Juan, el Bautista.”

 

Con motivo de su cumpleaños, Herodes celebró un gran banquete, en el que la hija de Herodías, Salomé, bailó de tal forma que éste quedó entusiasmado y juró a la muchacha: “Pídeme lo que quieras y te lo daré, aunque sea la mitad de mi reino.” La chica preguntó a su madre sobre el regalo que debía pedirle. Herodías vio la ocasión de su venganza y le instó a que pidiese la cabeza del Bautista en una bandeja. Muy a su pesar, Herodes envió a su guardia a que decapitasen a Juan y le entregase a la muchacha lo que le había pedido. Así fue como acabó sus días el precursor de Jesús, el profeta que anunció su llegada inmediata y le señaló como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.”

 

La Iglesia Católica , desde sus orígenes, ha venerado la figura de San Juan Bautista. Bajo su advocación se han construido innumerables iglesias, abadías y ciudades. Numerosas congregaciones persisten bajo su patronazgo. El nombre de Juan está ampliamente difundido por toda la cristiandad y tiene traducción en todos los idiomas.

 

En todas las regiones de España, con variantes propias y peculiares, se celebra la noche de San Juan. Lo mismo ocurre en numerosos lugares de Hispanoamérica. Fuego, luz, agua, alegría, música... La religiosidad pasa desapercibida, se mezcla con la tradición y, en una sociedad cada día más secularizada, ¿quien recuerda la figura del Bautista?

 

No todos los Juanes son Bautistas. Antes he mencionado que el número de santos católicos cuyo nombre es Juan ronda el centenar. Todos los años, por estas fechas, recibo felicitaciones (que agradezco) de personas más o menos allegadas y próximas. Siempre es agradable que se acuerden de uno y más si es para felicitarlo. Mi nombre es Juan Evangelista, por tanto mi onomástica es el veintisiete de diciembre. El Evangelista (el que anuncia la buena nueva) también fue contemporáneo del Bautista (el que bautiza). Uno el discípulo amado, el otro el precursor, el que preparó el camino. Ambos conocieron a Jesús y sus nombres persisten tan arraigados en la fe católica que, a veces, llegan a confundirse. El papel desempeñado por cada uno de ellos ha sido fundamental en la vida de la Iglesia. Dos pilares, dos personalidades, tan diferentes, dos vidas dispares, pero unidas por un denominador común: Jesús de Nazaret, el mesías, el maestro. Uno allanó el camino, el otro fue el gran testigo de los grandes y pequeños hechos acaecidos en torno a Jesús y el que dejó constancia escrita de ellos en el cuarto evangelio.

 

 

 

 

 

Juan Evangelista Molero Hita

 

Junio del 2017

 

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Comentarios: 1
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