EL BISABUELO MATACURAS

Sirva de recuerdo, admiración y homenaje a uno de mis antepasados por parte paterna. A simple vista, el título parece referirse a una persona sanguinaria, asesina, anticlerical y revolucionaria. Nada más lejos de la realidad. Quienes lo conocieron afirman que era un hombre afable, simpático, dicharachero y bonachón. Este abuelo materno de mi padre nació en Alfacar el día de la Epifanía del Señor del año mil ochocientos cincuenta y tres. Hijo de Sebastián y Encarnación. Ignoro cuántos hermanos tuvo, peró sé que mi abuela, su hija, tenía primos cuyos descendientes viven en el pueblo. Su educación y formación fue la propia de la época, poca escuela y mucho trabajo. Ignorante no debía de ser, pues su hija, mi abuela Frasquita, era una persona culta, educada, respetuosa, amable, con una profunda fe y sensible religiosidad. Desde muy joven se dedicó a las faenas del campo.  La agricultura fue su oficio. Una agricultura de subsistencia que daba lo justo para sobrevivir.

Le tocó vivir una época agitada y convulsa de la historia de España, Conoció el Reinado de Isabel II, la gloriosa Revolución de 1868, el breve reinado de Amadeo de Saboya, la Primera República Española, la Restauración Borbónica con los reinados de Alfonso XII  y Alfonso XIII, la Segunda República, la Guerra Civil y los primeros años del régimen franquista. Una vida longeva que casi alcanzó el siglo.

En septiembre de 1873, con veinte años  y ocho meses fue llamado a filas. No pudo librarse del cumplimiento del servicio militar e ingresa en la caja de quintos de Granada, desde donde sale destinado al arma de caballería. La tercera Guerra Carlista había comenzado en 1872. El pretendiente Carlos VII se levantó contra el gobierno de Amadeo de Saboya. Comenzó por una insurrección en Barcelona, que fué rápidamente sofocada, pero que prendió en otros puntos de Cataluña, el País Vasco, Navarra y con menor intensidad en diferentes lugares de España. Ingresó en el Establecimiento Central de caballería de Alcalá de Henares y en febrero de 1874 es encuadrado como soldado raso en el Regimiento de Caballería Calatrava número 3. Con posterioridad, tras la restauración borbónica de 1875, este regimiento pasó a llamarse Regimiento de Lanceros del Prícipe número 3. Dicho regimiento fue destinado al Frente del Este que comprendía a Cataluña y región del Maestrazgo. Participó en las acciones de guerra de Grao de Olot (Agosto de 1874), Coll de Salt y Solsona (Septiembre de 1874) y Esplugas del Brocolí (Noviembre de 1874). Todo 1875 lo pasa el soldado Joaquín Fernández Gómez en Cataluña, participando en diversas operaciones y acciones de guerra como la Batalla de Peña Plata y Altillos de Vera, libradas el 18 y19 de febrero de 1875, donde desalojan al enemigo carlista y se establece la paz en la zona.

Por el Real Decreto de Gracias de 19 de marzo de 1876 se le concede un año de rebaja en el servicio militar para optar a la licencia absoluta. Vuelve a participar con su regimiento, ahora llamado de Lanceros del Príncipe número 3, en diversas operaciones en el Norte y en la provincia de Lérida, hasta el mes de junio en que es licenciado y marcha a su pueblo para disfrutar de licencia ilimitada. En dicho Real Decreto se le nombra Benemérito de la Patria  (Este término se venía usando desde la Guerra de la Independencia y se otorgaba a los integrantes de diversos regimientos. Era un título honorífico y no oficial. La cruz de benemérito consistía en cinco brazos esmaltados sobre un círculo con la leyenda "Benemérito de la Patria" en el adverso y en el reverso "Patria y Lealtad" con cinta azul y listas rojas -Real Decreto de 3 de julio de 1876-) También se le concede la medalla de Alfonso XII con derecho a usar en ella los pasadores de Seo de Urgel, Peña Plata y Vera por haber participado en las acciones que allí concurrieron. Dicha medalla fue creada por orden de 3 de septiembre de 1875 y recordaba las glorias y penalidades de la guerra civil. En los pasadores adjuntos a dicha condecoración se inscribían los nombres de los hechos en que habían participado sus poseedores. Para tener derecho al uso de dicha medalla era preciso llevar un año de operaciones o de guarnición en plazas fuertes enclavadas en territorio de guerra, al frente del enemigo o seis meses en idénticas condiciones y y haber asistido a tres operaciones de guerra. Las medallas para la clase de tropa son de plata y de metal blanco. Tenían forma circular de treinta y cinco milímetros de diámetro con un botón en la parte superior por donde pasa un anillo que la sujeta a la cinta. En el adverso figura el busto del rey Alfonso XII y alrededor la siguiente inscripción: ALFONSO XII A LOS EJERCITOS EN OPERACIONES. En el reverso lleva una orla circular de laurel, abierta por la parte superior para dejar sitio a la corona real, y en el centro de la orla en tres líneas horizontales se lee: VALOR, DISCIPLINA, LEALTAD. La cinta es amarilla, de igual ancho que la medalla, con dos listas rojas verticales. Los pasadores del mismo metal que la medalla, de tres milímetros de anchura, se colocan horizontalmente sobre la cinta y en ellos figuran los hechos de armas en los que había participado.

El 31 de mayo de 1877 causa baja en el Regimiento de Lanceros del Príncipe número 3 y pasa a la reserva en Granada. Su vida militar fue anónima, sufrida y sacrificada, como la de tantos otros cuyos nombres no figuran en los anales militares. Sirvió bajo dos regímenes distintos, Primera República y reinado de Alfgonso XII, Y durante este tiempo ocurrieron hechos significativos como el asalto al Congreso de los Diputados por la guardia civil al mando del general Pavía y el pronunciamiento del general Arsenio Martínez Campos en Sagunto, donde se dio fin a la Primera República y al advenimiento de la dinastía borbónica en la persona del Rey Alfonso XII, que contaba con diecisiete años de edad. Es difícil saber el grado y tipo de información que poseía un soldado raso en aquella época y menos aún el grado de simpatía o antipatía hacia un régimen u otro.

Una vez licenciado en Barcelona, el bisabuelo Joaquín inició su regreso a casa. No lo hizo en tren, ni en barco... Con sus excasas pertenencias a cuestas comenzó a caminar... Aproximadamente mes y medio tardó en regresar a su tierra natal. Pernortaría en el campo, en alguna posada, en alguna era o bajo cualquier árbol del camino. El caso es que llegó sano y feliz, Sin ningún tipo de recibiemiento apoteósico ni heroico.

Reanudó su trabajo en el campo, se casó con con Josefica, su novia y tuvieron mas de once hijos de los que solamente sobrevivieron dos, mi abuela Frasquita (a la que todos llamamos Mama Tita) y una hermana llamada también Josefica. Fue precísamente mi abuela la que me contó el por qué del apelativo Matacuras. Tiene que ver con uno de esos avatares donde en un instante has de decidir entre morir o salvar tu vida a costa de la de otro. Legalmente se llama legítima defensa.  El caso es que el bisabuelo Joaquín, en una de las campañas en las que participó en la Guerra Carlista en Cataluña, le encomendaron una misión de correo. Marchaba en su caballo cuando en un recodo del camino le salió al encuentro un soldado carlista, quien apuntándole con su fusil le dijo: ¡Date por muerto, ialfonsino! En el momento fatídico el fusil se encasquilló y no se produjo el disparo, momento que aprovechó papa Joaquín para defenderse y acabar con la vida de su oponente. Posteriormente se descubrió que el asaltante era un cura. Sería uno de aquellos curas llamados trabucaires, que se alistaban en las partidas carlistas. Uno quería matar en nombre de Dios, la patria y los fueros. El otro, simple campesino andaluz, que estaba allí sin saber el cómo ni el por qué, simplemente defendió su vida. Con veinte y pocos años se tienen pocas ganas de entregarla así como así.

Cuentan las crónicas familiares que en la etapa final de su vida, con noventa y cinco años, todavía guardaba en verano las higueras y las viñas que la familia poseía en la Cañada de Cubillos. Se pasaba un mes viviendo en una choza, Uno de sus nietos, el tito Valeriano, subía a diario para llevarle comida y hacerle compañía. También lo visitaba una vez a la semana el barbero Frasquito el Raserilla para afeitarlo y pelarlo. Como pago a sus servicios el barbero recibía un cestillo de higos.

Los higos se ponían a secar al sol para obtener los higos pasados, de gran dulzor y agradable sabor, Con éstos, mezclados con nueces y otros aderezos, se condimentaba pan de higo, que constituía un aporte de calorías sumamente importante en la escasa dieta de la época. El abuelo era generoso y permitía a algún que otro viandante acercase a las higueras y comer de sus frutos.

Sobre su cabeza siempre llevaba sombrero, cosa muy normal en la época, caminaba con un bastón e iba acompañado de un perrito llamado Caqui. A veces pienso que este espíritu casi bohemio y aventurero, a la vez que apacible y bonachón, con esa pizca de gracia, ingenio e ironía que caracteriza a algunos miembros de la familia se lo debemos a él. Murío cinco años antes de que yo naciese, concretamente, el mismo año en que nació mi hermana Pepita, por lo que vivió noventa y siete años.  Numerosas personas que lo conocieron me han comentado era un vejete gracioso, simpático y querido por todos.

En cierta ocasión, mi padre me entregó un cilindro hueco con tapa, hecho con cinc y soldado con estaño. Al abrir la tapa aparecieron enrollados varios documentos antiguos. Entre ellos uno de 1877. Era la licencia del soldado Joaquín Fernández Gómez. En él aparece todo su historial militar, acciones en las que participó, mención al nombramiento de Benemérito de la Patria y alusión a la medalla de Alfonso XII. Para nada menciona el hecho que dio lugar al sobrenombre con el que se le conoció con posterioridad en el pueblo.

 

 

 

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